En alguna
oportunidad, recién llegada a Panamá, vi un anuncio interesante para mis
expectativas en el nuevo y apasionante rol
que asumí en este país, la costura. Una señora, que comenzaba su negocio en
elaboración y venta de sábanas infantiles, necesitaba a alguien que les tomara
las bastas o hilván alrededor de las telas. El anzuelo fue determinante, se
podía coser desde el hogar con implementos propios.
La sorpresa llegó con
la llamada para solicitar información: debía usar, entre mis herramientas, los
hilos requeridos para el trabajo; no solo eso llamaba la atención sino que ¡no
podría cobrar hasta que ella vendiera sus piezas. Para rematar esta extraña
oferta de trabajo, pidió mis credenciales de “Modistería en Alta Costura” y un
Catálogo de mi trabajo para evaluarlo. Respecto a su oferta, resultaba tan
contradictorio el hecho de pedir credenciales y catálogos, si no había
remuneración hasta que arrancara su negocio. En realidad, cuando no convienen
las cosas, no convienen…imagino que la señora, todavía, estará intentando pescar
personas incautas para comenzar su proyecto.
Por mi lado, me llamó
la atención la solicitud del catálogo; porque, aunque he elaborado infinitas
prendas de vestir, desde que aprendí a coser, en mi máquina infantil, en la
misma mesa en que lo hacía mi madre en su antigua y negrita “Singer”, nunca he
llevado un registro fotográfico. Ahora sé que los catálogos ofrecen los
productos, en forma ordenada y, como, personalmente, no tengo la mínima intención
de constituir una empresa de modistería, me limité a buscar herramientas para
elaborar uno, a modo de nuevo aprendizaje. El resultado fue simpático, porque,
además de recordar “acciones escriturales” de la universidad, me entretuve un
rato en mi doble terreno de la costura y la reflexión.
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